Curiosamente, cuando se habla de
piletas y sus accesorios principales, siempre se hace referencia a los
elementos que son necesarios o útiles para su funcionamiento, mantenimiento y
disfrute. Y, en este grupo, se suele olvidar un objeto sin el que el baño, en
condiciones normales, no se podría practicar: los bañadores.
Porque, salvo los casos de las
personas que practican nudismo, todo el resto de la población viste estas
prendas específicas cuando entra en una pileta, playa o estanque. Hay que
señalar que los bañadores aportan una seguridad higiénica que se debe tener en
cuenta siempre, pero aún más cuando se accede a una pileta de uso público.
Inicialmente, la historia de los
bañadores se puede fijar entorno al siglo XVIII en Francia, cuando empieza a
generalizarse la costumbre de bañarse como un acto social. Los primeros
intentos de sumergirse con la ropa de calle, mostraron la incomodidad y peligro
que suponía. Es entonces cuando se idean unas piezas de ropa específicas para
esta actividad.
Entre aquellos primitivos
bañadores y los de la actualidad casi no queda un punto en común, salvo el de
su objetivo. En aquellos inicios, ni siquiera se distinguía entre los modelos
para hombres o mujeres, y prácticamente tapaban todo el cuerpo.
En la actualidad, además del
diseño, a la hora de elegir un bañador hay que valorar el uso que vamos a
darle. Más allá de la estética y la coquetería, debemos asegurarnos de que nos
permite movernos con comodidad dentro del agua, para garantizar la seguridad de
nuestros baños.
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