Cuando nos decidimos a construir nuestra propia pileta de
natación, además de disfrutar de un espacio de ocio único, tenemos que asumir
que este tipo de instalaciones requieren de unos trabajos mínimos de
mantenimiento. Se puede diferenciar básicamente en dos tipos de tareas las que
es imprescindible que realicemos.
Por un lado, están todos aquellos
cuidados que tienen que
ver con que la estructura y accesorios que componen una pileta estén en perfecto
estado. Por otro, e igualmente importante, hay que asegurarse de que el agua en
la que nos bañamos esté en las mejores condiciones higiénicas.
En el primero de los supuestos hay diferencias dependiendo
del tipo de pileta que tengamos. Las de fibra de vidrio prácticamente no
requieren de ningún cuidado extra, aunque en el raro supuesto de que se
agrieten, se debe llamar a un profesional para que proceda a la reparación. Las
de obra son más propensas a deteriorarse, siendo preciso que se pinten o que se
rejunten los azulejos de su revestimiento.
Respecto al mantenimiento del agua, en este caso, las
medidas no dependen tanto del tipo de material en que esté construida nuestra
pileta, sino de otros condicionantes. Entre ellos, el número de bañistas y la frecuencia
de uso, la propia calidad del agua, las dimensiones de la pileta o los
condicionantes climatológicos.
En general tenemos que preocuparnos de realizar un filtrado
diario de las aguas, más cómodo si instalamos una depuradora automática, y un
control del nivel de pH y de cloro. Además, retiraremos cualquier material que
se deposite en su superficie rápidamente.
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